miércoles, 4 de enero de 2012

Un abrigo con luz propia


Esta adaptación del cuento de los hermanos Grimm, "Toda clase de pieles", creo que podría empezar a utilizarse con alumnos del segundo curso del 2º Ciclo de Educación Primaria y con alumnos del 3º Ciclo. Espero que os guste :)


UN ABRIGO CON LUZ PROPIA

Hace muchos muchísimos años, tantos que los mares eran lagos y la Tierra era cuadrada, había un castillo en el que vivían unos reyes muy bondadosos que eran muy felices y comían muchas perdices.
Estos reyes eran muy buenos y ninguna persona tenía queja de ellos; los campesinos que vivían en su reino se sentían afortunados ya que el rey les facilitaba alimentos en los duros y fríos inviernos y en los intensos y calurosos veranos; los criados de la corte se sentían agradecidos con el rey ya que les trataba amable y hospitalariamente, respetándoles siempre como personas que eran; los consejeros del rey se sentían parte de una gran familia dentro del castillo ya que el rey les ofrecía todas sus estancias y cubría todas sus necesidades para facilitarles su trabajo; todo el reino adoraba al rey y estaban felices de que años atrás hubiera elegido casarse con la princesa Ayla, ya que desde que llegó a la corte había sido una gran reina y juntos hacían una pareja ideal.
Desde su enlace, los reyes habían intentado tener hijos ya que ambos ambicionaban formar una gran familia, y al cabo de un tiempo lo consiguieron. Tuvieron una preciosa niña de ojos grandes y verdes y pelo dorado como el sol. Pero durante el parto, la reina Ayla tuvo problemas y quedó muy débil, por lo que a los pocos días falleció.
Antes de morir, la reina Ayla habló con su marido sobre el futuro de su única hija. La reina hizo prometer a su marido que jamás obligaría a su hija a casarse con ningún hombre si entre ellos no había amor verdadero, y además, le pidió que en su honor, mandara a los costureros de la corte hacer un abrigo que año tras año incluyera una nueva piel de un animal distinto. Así, cuando su hija cumpliera 18 años, tendría un precioso abrigo de toda clase de pieles que la protegería y la daría todo el calor que su madre no podía darle.
El rey, que se sentía profundamente apenado por la pérdida de su esposa, le prometió que la pequeña princesa no estaría sometida a un compromiso sin amor y que tendría el abrigo de toda clase de pieles tan pronto como cumpliera los 18 años.
De esta manera, la reina Ayla murió y el rey se quedó sólo con la pequeña princesita recién nacida, la cual recibió el nombre de Viana.
El tiempo pasó, y llegó el momento en el que Viana cumplió 18 años. Ella sabía que el rey tenía preparada una sorpresa para ella, pero cuando vio su regalo no sabía cómo reaccionar. Su padre la entregó un abrigo enorme, precioso, creado a partir de muchas pieles de diferentes animales. El rey explicó a su hija que años tras año, los costureros de la corte habían confeccionado ese abrigo ya que fue uno de los deseos que la reina había pedido antes de morir, y también la contó que el otro deseo de su madre había sido que nadie la forzara a casarse si no estaba enamorada. En ese momento Viana sintió muchas ganas de abrazar a su madre y darle las gracias, ya que temía cumplir 18 años por miedo a que su padre la obligara a elegir un esposo.
Pero tras finalizar la conversación con su padre, Viana se quedó pensativa. Era cierto que se sentía aliviada por no tener que casarse con alguien que no quería, pero ella, al igual que su madre, siempre había soñado con formar una gran familia y ser feliz junto a su marido y sus hijos. Deseaba cumplir ese sueño, pero siempre había estado encerrada en su castillo y no conocía nada más allá de su reino.
Viana meditó toda la noche sobre este tema, y ya cuando salieron los primeros rayos del sol, tomó una decisión. Aunque era feliz con su padre, debía marchar. Sólo de esa forma conocería el verdadero amor, descubriría nuevas sensaciones y sería dueña de su propia vida.
Antes de partir, decidió escribir una carta a su padre para explicarle por qué había decidido irse del castillo que la había visto crecer. Confiaba en que su padre la entendería, y le prometía que el día que encontrará el amor de su vida volvería para casarse en el castillo.
De esta forma, Viana reunió algunas de sus pertenencias, se puso el abrigo de toda clase de pieles, y fue a la habitación de su padre para dejar la carta sobre su mesilla. Viana se sentía muy triste al pensar que quizás pasara mucho tiempo hasta que le volviera a ver, y no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus sonrosadas mejillas. Pero su decisión ya estaba tomada y sin mirar atrás, abandonó el castillo.
Con mucho cuidado, Viana atravesó la muralla y se deslizó hasta el bosque, donde emprendió su viaje hacia el reino de Platirnina. Fueron dos duros días de camino, pero al mediodía del segundo día la princesa llegó a su destino. Y cuál fue su sorpresa cuando, al llegar, encontró a todas las damas del reino vestidas con preciosos trajes plateados, cada uno de un estilo y una tela, pero todos con los mismos destellos del color de la luna. Viana, que no salía de su asombro, se acercó a una muchachita que lucía un vestido lleno de pompones plateados y la preguntó por qué iban vestidas de ese modo. La niña, que se quedó maravillada al ver a aquella chica tan guapa con aquel abrigo tan raro, la explicó que una vez al año, los reinos de Platirnina, Oriolundo y Brillantizuela realizaban un baile común al que asistían todos los habitantes de sus reinos y en el que se festejaba la amistad de sus reyes y de sus gentes.
Tras la explicación de la muchacha, Viana entendió por qué todas las mujeres iban vestidas de color  plata, y cuando alzó la vista hacía la calle mayor, descubrió que no sólo el plata era el color protagonista, todas las calles estaban repletas de un arcoíris en el que solo se distinguían tres tonos de vestidos: vestidos tan plateados como la luna, tan dorados como el sol y tan brillantes como las estrellas.
Los ojos de Viana se encendieron al ver ese concierto de luces antes sus ojos, y pensó que, además de su abrigo de toda clase de pieles, no había visto nada tan hermoso en su vida. Más tarde pudo apreciar que no sólo las mujeres llevaban los tonos de sus reinos, los hombres también llevaban destellos plateados, dorados y brillantes.
Admirada por aquella celebración tan peculiar de la que nunca había oído hablar en su reino, Viana empezó a seguir a la multitud que se dirigía al castillo de los reyes de Platirnina. Escuchó a varios grupos de mujeres comentar que al día siguiente la celebración tendría lugar en Oriolundo, y que para finalizar la jornada de festejos Brillantizuela había organizado un evento por todo lo alto.
Mientras ella intentaba escuchar la amena conversación que mantenían aquellas mujeres, un grupo de curiosos niños que pasaban cerca de Viana se la quedaron mirando extrañados. Al cabo de un rato, ella se dio cuenta de que alguien la estaba observando, y cuando se encontró con la mirada de aquellos niños se percató del por qué de su curiosidad. Al igual que el blanco destaca entre una negrura absoluta y el negro se distingue entre la más pura blancura, la vestimenta de Viana, que ya de por sí era un tanto peculiar, destacaba entre todas las gentes ya que no llevaba un vestido tan plateado como la luna, ni uno tan dorado como el sol, ni tan brillante como las estrellas.
Inmediatamente Viana se sintió ridícula y salió corriendo hasta que encontró un callejón en el que refugiarse de todas las curiosas miradas de las gentes. Estaba emocionada por su nueva vida y por haber llegado a Platirnina, pero ella no tenía los lujosos trajes de las damas que acudían a las celebraciones y con su abrigo de toda clase de pieles no podía entrar al castillo.
Mientras ella reflexionaba sobre todo lo que estaba viviendo desde que había abandonado su castillo, un chico que pasaba de largo por el callejón, se quedó perplejo al ver aquel abrigo lleno de pieles tan diferentes. Al principio pensó que se trataba de un animal que no conocía, pero descartó esa posibilidad cuando vio una preciosa melena dorada que sobresalía del abrigo. No pudo evitar acercarse a aquella extraña muchacha, ya que le resultó ilógico que aquella chica estuviera allí en vez de estar celebrando con los demás habitantes.
Viana no encontraba solución a su problema, ya que no tenía dinero para comprar ningún vestido y si lo hubiera tenido, no sabía que tono de vestido comprar ya que ella no pertenecía a ninguno de aquellos reinos. De repente, notó que una mano se posaba sobre su hombro, y al darse la vuelta pudo ver a un chico bastante más alto que ella que le miraba con ojos perplejos. El muchacho quiso saber por qué estaba allí y si se encontraba bien, y Viana, que llevaba varios días sin hablar con nadie y necesitaba desahogarse, le contó al chico cómo se sentía y lo desdichada que era al no tener ningún vestido y no pertenecer a ninguno de esos reinos.
El muchacho, cuyo nombre era Ulises, había quedado prendado de aquella hermosa chica nada más verla y la prometió que él mismo iba a confeccionarla tres vestidos, uno para cada día y uno de cada tono, para que sintiera que pertenecía a los tres reinos y así no tuviera que decidirse por ningún color.
De esta manera, Ulises estuvo cosiendo todo el día y por la noche Viana pudo lucir un precioso vestido más plateado incluso que la luna. El muchacho se sentía muy orgulloso de su trabajo porque Viana destacaba entre todas las demás mujeres, y en el baile fue el centro de atención todo el tiempo. La princesa bailó con muchos chicos, conoció a mucha gente y se sentía muy feliz de haber empezado una nueva vida y de haber conocido a Ulises.
Y como no podía ser de otra manera, uno de los hijos del rey de Platirnina mostró un interés especial por la princesa Viana, la cual bailaba sonriente y disfrutaba de aquella velada tan especial. El príncipe la invitó a bailar y estuvieron hablando toda la noche, hasta que terminó el baile y cada uno siguió su camino.
La siguiente jornada sucedió en Oriolundo y al igual que el día anterior, Ulises estuvo todo el día cosiendo un vestido para Viana. A pesar de sentirse reconfortado por ver feliz a Viana, el muchacho había visto el interés del príncipe de Platirnina en la preciosa muchacha y no se sentía cómodo con aquella situación.
Aquella noche, al igual que la anterior, Viana era la más hermosa de todas las mujeres y el príncipe de Platirnina volvió a arrimarse a la chica y a pasar toda la noche bailando con ella. Viana se sentía muy bien cuando estaba con el príncipe pero no se había planteado sus sentimientos hacia él hasta que éste, al finalizar la velada, la propuso que tras las celebraciones de los tres reinos, Viana le acompañara a su castillo para presentarla oficialmente como su futura esposa.
Esto hizo meditar a Viana toda la noche ya que ella no conocía nada del amor y no sabía muy bien que sentía por aquel muchacho. Decidió esperar a ver como se desarrollaba la última velada en Brillantizuela para plantearse qué debía hacer.
Al día siguiente, Viana estaba espectacular con el vestido más brillante que se había visto en todos los tiempos. Ni todas las estrellas juntas ni todos los diamantes del mundo eran tan brillantes como aquel vestido.
Ulises, que era consciente de la situación y de lo radiante que se encontraba Viana, decidió hablar con ella antes de que ésta se fuera al baile. El muchacho, mirando a Viana a los ojos, la confesó lo que sentía por ella y la dijo que ella era hermosa sin necesidad de ningún vestido, ya que con el abrigo de toda clase de pieles estaba igual de bella que con cualquiera de aquellos vestidos.
Entonces Viana se dio cuenta de que Ulises tenía razón, ya que a pesar de ser diferente, aquel abrigo tan extraño era un legado que su madre había mandado crear para ella, y solo por esa razón ya era más especial que cualquiera de los vestidos del mundo.
Además de esto, Viana reflexionó sobre sus sentimientos hacia Ulises y se dio cuenta de que él la había ayudado desde que la conoció y en vez de acudir a los bailes había preferido confeccionar tres vestidos para que ella se sintiera bien. Ningún príncipe había hecho eso por ella nunca ya que todos anteponían sus deseos a los de ella. En ese momento Viana descubrió que una extraña sensación invadía todo su cuerpo, y se dio cuenta de que realmente estaba enamorada de Ulises.
Más tarde, a la hora en la que se celebraba el baile en el castillo de Brillantizuela, las puertas del palacio se abrieron y por ellas entraron de la mano Ulises y Viana.
Una noche más, la princesa Viana destacó entre todas las mujeres, pero esta vez no fue sólo por su precioso vestido mucho más brillante que las estrellas, ya que, además del vestido, esa noche Viana llevaba algo muy especial que brillaba con luz propia… Un abrigo de toda clase de pieles.
Al día siguiente, Viana decidió cumplir la promesa que le hizo a su padre al igual que él había cumplido la promesa que tiempo atrás hizo a su madre, y regresó a su castillo para celebrar allí su boda con Ulises. Y vivieron felices y comieron muchas, muchísimas perdices.

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